Cuento signado «El niño que se convirtio en piedra»

Había una vez una niña que se llamaba Carla, muy guapa, tenía los ojos grandes como una luna llena y el pelo rubio y brillante, como el sol, que era muy buena pero muy tímida y por eso no tenía amigos.Vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas pobladas de densos árboles cargados de frutas, esas frutas eran las más sabrosas de todo el país. Pero en el pueblo había un problema: En la plaza principal había un árbol que nadie podía tocar porque si alguien lo hacía se convertía en piedra. Tú pensarás que es imposible que al tocar un árbol te conviertas en piedra, que la historia es mentira, pero sé que es verdad porque frente al árbol hay una estatua, es un niño, tiene la cara encogida en una expresión de dolor con los brazos tapándole la cara. Carla todos los días pasaba junto a la estatua y la miraba con arrobo, quería ayudar al niño pero no sabía cómo. Un día su abuela le dijo:

– ¿Tú sabes que yo conozco al niño-piedra?- le preguntó

– ¿sí?- contestó Carla

– Cuando era pequeña, éramos amigos y por eso sabía que su familia no tenía mucho dinero y pasaban hambre, así que él tenía que ir a coger frutos a los árboles de la montaña para después venderlos. Por esa época, en la plaza todavía no había ningún árbol, estaba vacía, pero una noche llegó volando una semilla desde un árbol de la montaña y germinó allí un árbol. Al día siguiente todos los vecinos lo miraron asombrados, era un árbol maravilloso cargado de frutas azules, amarillas, rojas y verdes. El niño, al ver el árbol, pensó que ya no tendría que ir más a la montaña porque había allí un árbol perfecto. Así que se acercó, extendió la mano para coger un fruto y, de pronto, se convirtió en piedra. Todos los vecinos lo miraron asustados y con miedo, no sabían qué hacer y le hicieron la cruz al árbol.

Carla escuchó la historia boquiabierta y a la mañana siguiente fue andando a la plaza, quería ayudar al niño pero no sabía cómo y se puso a llorar y a llorar y a llorar mientras se acercaba a la estatua y le dio un beso, su madre apareció de pronto y la pilló.

– ¿Qué haces?, le preguntó su madre

– Upssss perdón, balbuceó Carla

De pronto, se escuchó un ruido muy raro, miró hacia el otro lado y vio al niño de carne y hueso.

– Muchas gracias, me has ayudado, ya no soy de piedra, puedo respirar otra vez, estoy vivo otra vez

Los dos estaban muy contentos y, de pronto, se escuchó un ruido muy grande, era árbol que estaba desapareciendo. Los vecinos escucharon también ese ruido y fueron a la plaza, miraron pero no vieron el árbol y todos estaban muy contentos porque ya no había más peligro.

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